28 de mayo de 2008

De promesas y Ferias de libros ("El Columnista"-Puebla 28/05/08)

El pasado viernes se inauguró la Feria “Nacional” del Libro que organiza cada año nuestra máxima Casa de Estudios poblana. Asistí a la inauguración porque me lo pidió mi amigo, poeta y maestro: Roberto Martínez Garcilazo; ahí estaba también Sampedro por la misma causa. Como en todo evento organizado por la BUAP, estuvo también, para inaugurar dicha feria, el Rector Enrique Agüera Ibáñez. Dijo un dato importante: “es el último año que se organiza esta Feria del Libro en el 3er patio del Carolino, pues a partir del siguiente año será en el ‘Complejo Cultural’ de la BUAP que tendrá mayor espacio y mejores condiciones”. Ilusionó, afirmó y aseveró: “el siguiente año la Feria del Libro se pondrá a competir con la Feria más importante que se tiene México en estos ámbitos, que es la de Guadalajara, porque se lo merece nuestra comunidad universitaria”. Palabras más, oraciones menos, esa es la idea que transmitió nuestro Rector.
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Algo que de entrada me ilusionó en demasía, pero la duda me invadió -que ahora comparto con usted querido y respetable lector-, haciéndome estas preguntas: ¿será que el siguiente año los lectores poblanos podremos dejar de soñar con ahorrar dinero para ir algún día a la “Feria Internacional de Guadalajara” porque ya podremos ver amplios pasillos ocupados por las principales editoriales del país y del mundo?, ¿tendremos ya en la mano un tremendo programa de presentaciones de libros con escritores de talla internacional y nacional como: Jorge Volpi, Mario Bellatin, Rosa Montero, Rosa Beltrán, Cristina Rivera Garza, Ana Clavel, Heriberto Yépez, David Toscana, Xavier Velasco, Daniel Sada, Sergio Pitol, José Emilio Pacheco, Rodrigo Fresán, Edmundo Paz Soldán, Santiago Gamboa, Fernando Iwasaki, Santiago Roncagliolo, Enrique Vila-Matas, por nombrar algunos?, y por último, ¿las siguientes ediciones de la Feria organizada por la BUAP ya serán con invitaciones a países como España, Argentina, Alemania, Colombia o Italia?
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Ojalá el siguiente año el Rector Enrique Agüera tenga la habilidad y visibilidad para poder organizar una actividad de ese tamaño. Ya lo demostró con el “WorldMun”. Espero que lo siga demostrando con ese gran reto que se acaba de poner y que invite a toda la comunidad de estudiantes universitarios de la BUAP, sobre todo a los enfocados en las áreas afines, a colaborar y a trabajar, también lo invito –y por qué no, le solicito- a que dicho proyecto se vuelva también una fuente de empleo.
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Mientras tanto habrá que asistir a lo que resta de esta Feria del Libro, de repente uno se encuentra con ofertas muy buenas, aunque otras, realmente, son unas auténticas mentadas de madre.

22 de mayo de 2008

La confesión más transparente ("El Columnista"-Puebla 21/05/08)

A un lado del monitor de la computadora en la cual me siento cada noche a navegar por el mundo, usando un teclado y un mouse como guías turísticos, tengo una edición especial de “La región más transparente” de Carlos Fuentes. Dicha novela viene con comentarios de Julio Cortazar, José Lezama Lima, Fernando Benítez, Salvador Elizondo, José Alvarado, Luis Cardoza y Aragón, Salvador Novo y Miguel Ángel Asturias. Fue hecha, supongo, hace diez años, pues en su contraportada afirma ser una edición conmemorativa a los cuarenta años de su edición, y este año cumple el medio siglo de haber sido publicada por vez primera. Entonces me pregunto: ¿Y la parafernalia escandalosa para celebrarla?, ¿acaso es menos importante que “Cien años de soledad”?, ¿no se supone que Fuentes es nuestro gran escritor y “La región más transparente” su gran novela, que peca de ser fundadora de la nueva novela contemporánea mexicana y sepultadora de la novela revolucionaria?
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Como sea. Es sólo una opinión pues a nuestro Nobel sin Nobel le tengo guardada una considerada distancia; el Boom en general me causa un cierto aburrimiento, su discurso se me hace tan repetitivo, en fin. A Fuentes lo leí por vez primera en la secundaria: fue “Aura”. La novela o noveleta, debo decir, me gustó en demasía, pero jamás volví a toparme con un libro de Fuentes, lo respetaba y lo veía cada vez que salía en la televisión porque sabía que era y es ¡el gran escritor de México! –claro, después de Paz, todo es después de él-, pero lo veté cuando supe que vino a Puebla a recibir el “Honoris causa” de parte de la BUAP y leí en alguna nota periodística que por razones “ajenas a él” dejó esperando en la puerta principal del Carolino a un adolescente con casi toda su obra completa en espera para ser firmada por su creador. ¡Y él se había salido por la puerta trasera y no fue capaz de regresar! Llámelo sangronada o fruslería, querido lector, pero fue razón suficiente para que lo vetara.
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Luego, como con Paz, Pedro Ángel Palou me insistió en que debía leer a Fuentes por encima de mi veto: estaba perdiéndome una indispensable lectura. Haciendo caso a la invitación, cuando tuve la primera oportunidad de enfrentarme a otra obra cuentista, lo hice, y le tocó el turno a “La muerte de Artemio Cruz”. La leí con mucha atención, esmero y dedicación. La aplicación de técnica se me hizo muy buena, pero hasta ahí. Aunque hay escenas sumamente bien logradas, otras aburren. Recién leí “La Región”, y puedo afirmar con toda certeza, y a modo personal –una opinión siempre será así-, que efectivamente es una novela muy bien lograda, que prefiero al Fuentes de ésta novela que al Fuentes después de “Aura”, que me encantó mucho esta obra por la forma en que aplicó la técnica de Faulkner a lo mexicano, a lo Fuentes. Y ya.
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Ahora se celebran ochenta años de su nacimiento, las pasiones no tardarán en desbordarse, por lo tanto propongo que a Fuentes, de no recibir el Nobel en la edición que sigue, se le nombre presidente sentimental de México.

15 de mayo de 2008

Leer a Monsiváis-("El Columnista-Puebla 15/05/08)

En mi artículo de la semana pasada dije que hablar de Carlos Monsiváis era complicado. Más que hablar de él, lo que ahora haré será compartir una experiencia de lector. Cuando me encontraba (el semestre pasado) cursando la clase Realismo II con el Mtro. Sergio Ortega me hizo enfrentarme con los escritores del siglo XIX mexicano: Riva Palacio, Payno, Gamboa, López Portillo. De entrada las lecturas me parecían pesadas, aburridas, porque me he acostumbrado a leer el dinamismo y universalismo de escritores como Pitol, Bolaño, Volpi o Bellatin. El azar de la presión por obtener mi punto de exposición me hizo escoger a Riva Palacio: sonaba rítmico el nombre.
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¡Y lo que son las cosas!: al mismo tiempo que cursaba esta clase tuve la oportunidad de acercarme en primer lugar al gran “Libro Rojo” hecho por Riva Palacio al alimón con Payno. Un libro por demás curioso definido por Monsiváis en «Las Herencias ocultas» así: “Es, en última instancia, México a través de las anécdotas que una vez enunciadas se vuelven con rapidez leyendas. Se va en pos del “interés humano” (varias décadas antes de que la frase la rebaje y destruya el periodismo a lo “Reader´s Digest”), y cree hallársele en el examen del pasado. El tiempo histórico que cubre es muy extenso: de la llegada de Hernán Cortés a Tenochtitlan (y las vacilaciones de Moctezuma) al fusilamiento del emperador Maximiliano en el Cerro de las Campanas (y la intransigencia de Juárez). Del conquistador triunfante al conquistador fracasado. Del gobernante asolado por la duda y el asombro ante los “dioses blancos”, al gobernante que rechaza la intromisión extranjera. Y en medio, los capítulos que “revelan” las tragedias y las hazañas del país”. Las circunstancias (o librería Gandhi con sus ofertas sorprendentes) me hizo adquirir ese libro por el precio de sesenta pesos, el cual, por cierto, pertenece a una colección de “Historia de México” de la editorial Valle de México y que cuesta cerca de los tres mil pesos. ¡Y lo que es la ignorancia o la falta de interés!: cuando terminé la primaria en el nefasto Colegio Benavente mi padre tuvo a bien regalarme la enciclopedia “México a través de los siglos”, porque siempre me ha gustado la historia -sobre todo la de México-, en especial y como un caso muy raro la época correspondiente a la guerra entre liberales y conservadores. Esta enciclopedia ha permanecido en mi cuarto como un gran recuerdo, un gran regalo. Algunas ocasiones la tomé para verificar unos cuantos datos históricos para tareas escolares, pero nunca le di el valor y dimensión necesarias hasta que pude leer el libro de Monsiváis donde habla sobre estos escritores liberales y así es como me acerqué en segunda instancia a dicha enciclopedia cuyo valor es mayor al que creía, escrita con un lenguaje muy propio de aquellos tiempos. Según Carlos en la enciclopedia mencionada, México se impone diversos objetivos: 1) hacer surgir, ordenándola, la Historia de la Nación Nueva, 2) concederle mayor espacio y reconocerle mucha mayor grandeza al pasado indígena, 3) marcar la periodización de la vida del México independiente, 4) calificar de “ocupación extranjera” (aunque jamás se diga de esta manera) al periodo virreinal, 5) describir (para erradicarlas) las técnicas de conformación de la mentalidad colonizada, 6) hallar en la Independencia el inicio del sentido de la Historia mexicana, 7) ubicar la coherencia interna y externa de los hechos históricos y 8) acumular las versiones narrativas, inolvidables e irrefutables a propósito de cada hecho trascendente.
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«Las Herencias ocultas» es un libro al cual hay que acercarse antes de leer a estos escritores liberales. Es un libro-guía que a cualquier lector le dará los datos precisos para ir descifrando a cada autor. Es como él dice en la dedicatoria a mi libro: “Una vivindicación de los liberales.

7 de mayo de 2008

Monsiváis: síntesis y apoteosis de lo mexicano- ("El Columnista"-Puebla 07/05/08)

Hablar de él resulta una empresa complicada. Si uno pudiera escribir tres libros ensayísticos sobre él, apenas se estaría esbozando la cuarta parte de todo lo que significa Carlos Monsiváis. El autor de “Nuevo catecismo para indios remisos” (1982) es el único que en vida ya cuenta con un museo dedicado a mostrar las innumerables colecciones que tiene, el ya famoso Museo del Estanquillo.
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Cronista, narrador, ensayista y periodista, ah claro, ¡coleccionista por más de 30 años! de diversos objetos como alcancías, calendarios, luchadores, comics, maquetas, álbumes y de obras de diversos autores reconocidos: Claudio Linati, José Guadalupe Posada, Andrés Audiffred, Constantino Escalante, Ernesto García Cabral, Leopoldo Méndez, Abel Quezada, Ríus, Teodoro Torres, Roberto Ruíz, Teresa Nava, Francisco Toledo y Nacho López, vaya hasta gatos colecciona nuestro prolífico e indispensable autor. Liberal en su ideología, constante luchador social, casado con la izquierda pensante, y no con la vociferante. Ya Pitol, su eterno amigo, narró en “El arte de la fuga” a un joven Carlos repartiendo volantes en solidaridad con Guatemala y algunos lo pudieron haber visto, como yo, apoyando a AMLO en el zócalo capitalino pidiendo el “Voto x Voto, Casilla x Casilla “, pero también ha sabido tomar su distancia debida cuando los caminos se han desvirtuado. Carlitos, nuestro abuelo nacional, quien tiene la capacidad de hablar sobre la “Familia Burrón, María Félix, José Revueltas, Salvador Novo, Raúl Velasco, recientemente en Televisa, sobre Hugo Sánchez. Monsiváis Aceves, inconmensurablemente rebelde sin tapujos; tremendamente irónico y contestatario, se atrevió a polemizar con la “gran caca literaria” que es Octavio Paz. Pues a diferencia del autor del “Laberinto de la soledad”, el Pikachu mexicano (denominado así por Ana del Sarto en la “Revuelta” número 5”) es sencillo, simpático, nada odioso, sería imposible no simpatizar con él, aunque sea una vez. Definidor de lo mexicano. Todólogo. Hagiógrafo. Ironista. Utopista. Populachero. Autor hecho en México de y para el pueblo.
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Si su pensamiento se pudiera graficar, y según la perspectiva, uno podría encontrar relieves, altiplanos, hundimientos, desiertos, selvas y cuevas. Si su literatura (la que ha leído y escrito) se pudiera pintar sería un auténtico Picasso, y si fuera cine sería un Buñuel, si acaso música bien podría ser un danzón, un bolero o una creación de Agustín Lara o Gabilondo Soler, quizá el silbidito de Pedro Infante. Poseedor de lo típico, lo tradicional y lo correcto. Amo de la versatilidad. Si fuera luchador, sería la sustitución del “Mil máscaras”, pero si fuera equipo de fútbol sería “las Chivas” o el “Cruz Azul”. La Alameda, Xochimilco, Tenochtitlán, el estadio Azteca o el Palacio de Chapultepec, si fuera inmueble mexicano. O todo lo anterior junto. Simplemente Monsiváis o ¿hay otro?

2 de mayo de 2008

El escritor, su obra y la relación con el poder y lector ("El Columnista"-Puebla-02/05/08)

Para Leisy Magaly, en estos tiempos difíciles, acá tienes un apoyo eterno.
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Es curiosa la idea que se tiene sobre lo que sí y lo que no debería ser un escritor. La mayoría se casa con esa pinchurrienta idea del escritor plenamente identificado con la izquierda, que escribe para La Jornada, que está dispuesto a alistarse en pro del EZLN y que siempre levanta la mano contra todo lo que salga del gobierno. Este sí es un verdadero escritor, dicen y aseguran, mientras aquellos que aceptan ser burócratas, no son escritores comprometidos, pues su compromiso no es serio, porque según, ya no está con la sociedad, si no, con las altas esferas del poder. Bajo esa percepción, Del Paso, Poniatowska, Monsiváis, Pitol, que son los más constantes, realmente son verdaderos escritores, pues su compromiso es para con la literatura y, sobre todo, la sociedad.
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Y entonces, ¿por qué admirar a Fuentes, a Paz, a Zaid, a Krauze? Paz -que renuncia a la embajada en París y hasta escribe Posdata para condenar el 68- sudó la gota gorda, cuando organizó esa mesa en que reunió a varios escritores reconocidos, al escuchar a uno de sus invitados de lujo (Vargas Llosa), decir que cómo nos atrevíamos a criticar a Cuba de tener un dictador, si acá teníamos algo similar, sólo que los nombres iban cambiando pero el partido y la forma de operar, no. Fuentes que, a pesar de condenar la matanza de Tlatelolco, aceptó ser Embajador en los tiempos de Echeverría, artífice del 68 y del 71, y en pasado reciente tuvo una postura, ni a favor ni en contra, mediana, que no conciliadora, en el tema de AMLO y las “fraudulentas” elecciones con las que ganó Calderón. Sin embargo, se les reconoce como los grandes escritores que son.
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Quizá al absurdo romanticismo, habría que recordarle un poco de historia. Prácticamente, nuestra intelectualidad se fue construyendo desde el poder. Y si no me creen, habría que revisar Las Herencias ocultas de la Reforma Liberal del siglo XIX (Debate, 2007) de Carlos Monsiváis, donde hace un breve repaso por los grandes escritores de pensamiento liberal: Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano y Vicente Riva Palacio, que además de usar las armas para combatir, ocuparon la pluma para crear literatura y redactar leyes. Aunque algunos después de haber apoyado a Juárez, lo dejaron para hacer fuerte a Porfirio Díaz.
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Más cercana, está la generación de Los Contemporáneos que fueron burócratas y no por ello malos poetas. O el mismo Pitol (cuya calidad no está en duda), que ha sido en innumerables ocasiones embajador, y no por ello perdió su arraigo a la izquierda a la que ha apoyado en diversas oportunidades.
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Al escritor debe juzgársele por su obra, no por su política. Las obras deben valorarse por sus recursos estilísticos y estéticos, y lo que retraten de la sociedad. Y una obra puede ser aburrida o atrayente. Tampoco debe caer el lector en la idiotez de no decir que x o y obra aburren, sólo porque es del “gran escritor”.