¿Cómo
se enfrenta la muerte de un padre? ¿Cómo superar la orfandad paternal? Son
algunas de las preguntas que seguramente se hizo Carlos Azar Manzur al concebir
su poemario: El círculo de la presencia
(Elefanta editorial, 2013).
El lector que
se enfrente al poemario de Carlos Azar será parte de una vieja tradición
poética: escribir ante la pérdida de un ser querido; lo han hecho poetas como
Jaime Sabines o Juan Eduardo Cirlot. De igual forma, participará en dos
diálogos poéticos: el primero de ellos rememora el cómo Héctor Azar afrontó la
muerte de su padre; y el segundo plano conversacional sería el que guarda todo
este poemario con el sentimiento de desabrigo que deja en Carlos Azar la
desaparición de su padre. Por otro lado, El
círculo de la presencia tiene en
Mortus plango, vivos voco de Jonathan Harvey y en Gerard Griséy la clave
secreta del cómo concibió la estructura del poemario: una escala cromática, en
lamento; compuesta por 3 poemas largos, 2 cortos y 1 epílogo. Este poemario
-señala su autor- está conformado por tres elegías que concentran tres puntos
de vista: la confusión ante la muerte del padre, la imprecisión sobre la vida
del hijo y una suerte de conversación con la obra de Harvey, un tipo de
contestación poética.
El círculo de la presencia es la metáfora de la búsqueda que significa responder: quiénes
somos y qué hacemos aquí; un eventual eterno retorno.
Aquí la poesía
recupera su origen intimista, donde el autor ha elegido compartirnos lo que le
duele buscando, quizá, un remanso, una cura; porque la poesía purifica. Y a
pesar de ser doloroso, también otorgar una serie de certezas sobre el sentido
que tiene el acto de vivir y también el de escribir.
El círculo de la presencia como una fórmula para afrontar -de la forma más bella posible- la
muerte de un padre.