24 de marzo de 2010

"El laicismo, algo para recordar"-(Columna "El Guardián del diván"-Diario “El Columnista” de Puebla- 24/03/10)

El pasado domingo se conmemoró un aniversario más del natalicio de Benito Juárez, ilustre liberal, gran estadista e icono de la masonería en México y Latinoamérica. Personalmente, nunca me he considerado un admirador de Juárez, le reconozco su labor, pero mucho de lo que es ahora, creo, se lo debe a otros insignes liberales y masones como Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano, Ignacio Ramírez, Francisco Zarco, Porfirio Díaz, entre otros más. Sin embargo, el mayor error que los historicistas, academicistas, liberales, masones, altos mandos del gobierno, educadores y demás han y hemos cometido es caer en el error de poner nombre y apellidos a los hechos, dejando de lado a las ideologías que realmente son las que se heredan y deben pasar de generación en generación. Todos hacen alarde en pro o en contra del laicismo, es un término que se ha vuelto una moda en últimas fechas. Pero ¿qué conformó al laicismo en México?
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Monsiváis en “El Estado Laico y sus malquerientes” (Debate, 2008), nos dice: “En el siglo XIX mexicano son notorios cinco elementos en primera integración del espíritu laico: la lectura de los enciclopedistas, la influencia de la Revolución y de los liberales francesas, la necesidad de la educación libre, la francmasonería y o masonería y el anticlericalismo. También se puede argumentar –y sólidamente- el estímulo que aporta el desvarío conceptual de los conservadores (ultramontanos, porque recibían sus instrucciones de más allá de los montes, en Roma), y su defensa feroz de la riqueza del clero y de las Clases Altas”. Más adelante Monsiváis señala que “Voltaire y Rousseau son imprescindibles [para la formación del pensamiento liberal], Voltaire es primordial en el proceso de la defensa de los derechos humanos y la libertad de expresión y de creencia”. El liberalismo francés, por ende el mexicano, siempre han afirmado la independencia del Estado de cualquier Iglesia y de la igualdad civil de todos los ciudadanos al margen de sus creencias. Por último dos herencias más que, según comenta Monsiváis, los liberales mexicanos adoptan. Del escritor Benjamín Constant: “El hombre es religioso porque es hombre (…). El sentimiento religioso es la respuesta a ese grito del alma que nadie acalla, a ese anhelo de lo desconocido, de lo infinito, que nadie logra refrenar enteramente” y del moralista suizo Vinet: “La libertad de conciencia no es solamente la facultad de decidir entre una religión y otra, es también esencialmente el derecho de no potar por ninguna, y de permanecer ajeno a todas las formas y todas las instituciones que el sentimiento religioso haya podido crear en la sociedad.”
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Es curioso como el laicismo se ha visto por liberales y conservadores, como una eterna lucha de sangre, cuyo fin es que una forma de pensar permee sobre la otra, con el riesgo de desconocer las aportaciones que una haya hecho a la otra. El laicismo -ciertamente es un herencia liberal y pareciera tiene su fundamento en la masonería-, no busca acabar con las iglesias (especialmente la católica), más bien tenía o tiene como fin encaminar a los gobiernos por una correcta dirección donde se gobernara al hombre por encima de las causas religiosas y los pusiera en igualdad de circunstancias. Por eso es preocupante que el actual gobierno mexicano no legisle sin una lupa religiosa, provocando la marginación de algunos mexicanos a los derechos que por nacimiento merecen sin importar la ideología, creencia y sexualidad. La Iglesia católica, los conservadores, los caballeros de Colón, el yunque, deben entender que la religión no debe de intervenir en los asuntos que competen única y exclusivamente al Estado, y los liberales, la masonería tienen que entender que la religión no es una enfermedad, y en dado caso de que ésta sea cuna de una posible ignorancia, siempre estará la educación y la cultura para evitar que eso pase.
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Suficientes muertos hubo para conformar o -como bien dice mi amigo Pedro Ángel Palou- para inventar a México como una “Nación”. Ahora a todos, sin importar la cuna de pensamiento, nos toca evitar los extremos y buscar que las ideologías aprendan a navegar en paz, entendiendo que cada una define a la sociedad mexicana y le aporta identidad a la misma.

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