30 de marzo de 2011

A mis veintiséis años (Sexenio 30/03/11)

A todos aquellos que están, estuvieron y seguirán.


Nuevos bríos, son los que esperan a esta columna. Hasta hace unos meses, El Columnista fue el espacio que albergó a esta reunión de palabras. Hoy, gracias a Mario Alberto Mejía y el equipo de Sexenio, El guardián del diván sigue con vida.

A propósito de inicios y cambios, quien esto escribe tiene exactamente un mes y días de haber celebrado su cumpleaños y como todo buen aprendiz de poeta, la reflexión inundó mis días.

Aquí el resultado.


Cumplir años, dicen, siempre es un acontecimiento; para otros, es la fecha que marca el inicio de un año nuevo personal. El verdadero inicio de un ciclo.


Mientras se cumplen años, se adquieren experiencias y nuevas amistades, también se sufren fracasos y la pérdida de seres queridos, ya por diferencias, ya por la visita de la muerte.


Cumplir años es acercarse más a la finalización de la vida: la muerte.


La muerte es lo único seguro que se tiene en la vida, aseguran los sabios.


Sin embargo, cuando se cumplen años y te das cuenta que a lo largo del camino recorrido las amistades sembradas se han cosechando con creces y que los pasos trazados para llegar a las metas deseadas, en su mayoría, van viento en popa. La muerte es lo que menos importa.


Siempre será preferible que la calacuda agarre a cualquiera, haciendo lo que mejor saber hacer, que lamentándose.


Vida sólo hay una y habrá que tomar de ella, lo que mejor convenga a los sueños dibujados.


Vivir es un arte, algunos harán de ella una pintura vanguardista, otros quizás prefieran tallarla cual fina escultura y unos más prefieran escribir una novela. Algunos más preferirán un arte complicada, que no entable diálogo ni nada con algún posible interlocutor, no les quedará más que esperar a que el tiempo les regale a un intérprete.


Muchos de estos artistas acompañarán su vida con algún vicio. ¡Artista sin vicio, es como el siglo XXI sin tecnología! Quizá les remorderá la conciencia, tal vez en el primer momento en que ingresen al hospital, se arrepentirán de cada uno de sus vicios; existirán otros que se morirán siendo fieles al vicio que genera su arte.


Por mi parte, querido lector, no sé si soy un poeta o un escritor en ciernes, como afirman algunos amigos. Como todo ser creativo, estoy lleno de ambigüedades, temores, más que de certezas. Empero, y parodiando a Joaquín Sabina, si a mí me preguntan de entre todas las artes, cuál elijo: yo quiero la del poeta, porque la poesía es corta, dura, seductora, solitaria, amorosa y dolorosa. La más prostituta de todos los géneros literarios.


La poesía es la vida misma y con vino tinto o una coca-cola, según sea la ocasión, siempre deberá estar acompañada.

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http://www.sexenio.com.mx/columna.php?id=1543

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