Mucho se ha dicho alrededor de la más reciente novela de Álvaro Enrigue: Decencia (Anagrama, 2011). Que si no es mejor que Hipotermia, que si está por debajo de Vidas perpendiculares, en fin. El problema no es del escritor, es del lector.
Al parecer, los lectores estamos retrocediendo años luz al esperar que un escritor conciba sus novelas respetando el estilo ya conocido, en sus otras obras, etc. ¿Y la experimentación, dónde queda? ¿Vamos a leer novelas o queremos leer continuaciones de estilos?
En alguna vieja entrevista que le hacen a William Faulkner, le preguntaban ¿si utilizaba una técnica para cumplir su norma?, a lo que él respondió: “Si el escritor está interesado en la técnica, más le vale dedicarse a la cirugía o a colocar ladrillos. Para escribir una obra no hay ningún recurso mecánico, ningún tajo. El escritor joven que siga una teoría es un tonto. Uno tiene que enseñarse por medio de sus propios errores; la gente sólo aprende a través del error (…)”.
Decencia deberá juzgarse por sí misma, por la forma en qué está contando y en cómo lo está haciendo. A Enrigue habrá que agradecerle sus ganas de reinventarse, de transgredirse a sí mismo, ¿cuántos escritores se han dado el lujo de hacerlo?, pocos en México, la mayoría ha preferido usar el camino ya conocido y sobre ese contarnos diversas historias.
A mí en lo personal, me gustan los escritores que apuestan por usar distintas fórmulas. Enrigue es uno de ellos. Decencia sigue teniendo mucho de lo que es Enrigue: claridad narrativa, transparencia en sus personajes y lo que quiere reflejar en cada uno de ellos, su humor que le caracteriza; así como la capacidad para mezclar a la perfección las historias, hacer que parezcan independientes y sólo aquél lector inteligente podrá encontrar desde un inicio la unión de ambas, si no tendrá que esperarse hasta el final.
Decencia es, tal vez, una forma de responder a las incógnitas que a todo mexicano nos surgen ante la situación actual de México. Un repaso por el segundo centenario mexicano, visto a través de los ojos de un personaje: Longinos; con él se recorra al México revolucionario y luego a esta modernidad donde la corrupción, los secuestros y la violencia son el pan de cada día.
Y a lo largo de la novela, se irá respondiendo las preguntas que Enrigue -como dijo en una entrevista a El Universal-, se plantó al escribir esta novela: ¿cómo carajos llegamos aquí?, ¿cómo llegó a pasar esto en el país más importante de América Latina, que era la joya de la corona?
Y vaya que su respuesta es cruda y dolorosa. Una novela que debe leerse, si no por interés narrativo y novelístico, pues mínimo por morbo. Total en México el morbo y el amarillismo es lo que más lectores atrae ¿qué no?
No hay comentarios:
Publicar un comentario