El año que se
acaba de ir, tuvo muchas cosas dignas de mandar a vagar por un desierto para
jamás volverlas a encontrar o de quemarlas y evitar que sus cenizas renazcan
como una ave Fénix de las desgracias.
La última
columna que escribí el año pasado data del 15 de noviembre. Un día, de repente
se me fueron las ganas de escribir de la misma forma en que se van las ganas de
todo.
A principios
de septiembre descubrí lo endeble que soy. Nunca es grato percatarse de la
fragilidad individual. Fui diagnosticado con un cuadro leve de estrés
provocando una fuerte migraña y un terrible vértigo. Luego en terapias con mi
psicóloga, también salió que tengo cuadros leves de depresión.
Por chistoso
que suene, me deprimió más saber que tengo un poco de depresión.
Para colmo mis
alegrías y pasiones personales, tampoco daban para más: un Puebla con la franja
en rojo y al revés, además de una forma de juego digna de cortarse las venas;
percatarme que perseguir los sueños no conlleva un resultado positivo y perder
toda esperanza en cuanto al futuro político que nos espera como mexicanos.
Darse cuenta que para progresar como sociedad nos falta mucho y no sé sí tengo
las suficientes ganas para poner mi grano, porque a veces siento que no vale la
pena, que nadie valora el sacrificio y el esfuerzo de la gente de buena fe. Que
no basta con alzar la voz, que no sirve de mucho ser joven, que ser ciudadano
es sinónimo a no ser nadie, ni nada. Que funciona más ser prepotente, corrupto.
Desde que hacía eventos para mi facultad sin ganar un peso y con la pura
satisfacción de conocer a un escritor (muchos de ellos, ahora mis amigos) se
decía que seguro andaba en corruptelas. Ya no tengo la suficiente energía para
soportar ese tipo de acusaciones mal fundadas.
El año pasado
perdí mucha esperanza, hoy queda la esperanza de algún día recuperarla.
Y los últimos
días del año me despidieron con la muerte de mi Tía Andrea, una tercera abuela
para mí.
Sin embargo,
existieron cosas muy rescatables: ser de las pocas personas que pudieron
convivir con Carlos Fuentes antes de su fallecimiento, haber sido anfitrión de
Cecilia Suárez, lograr conocer a Alondra de la Parra, así como las grandes
charlas con escritores e historiadores que se pudieron dar, gracias a los
eventos que he organizado en el Museo Casa de Alfeñique. La llegada de una
nueva integrante a mi familia: Nala, una bella bóxer, gracias a ella mi casa no
se ve tan vacía. El ser testigo de la existencia de personas que buscan -a
través de las artes y la literatura - combatir los daños que han percudido a
nuestra sociedad, como lo son las jornadas de lectura realizadas por Fernando
Manzanilla.
Y sí, el
fortalecimiento y retorno de viejas amistades, así como la apertura a otras
más.
Tristemente,
con todo y esto, a veces me dan ganas de soltar todo y largarme. Reinventarme
en otro lado. Curarme de todo lo que me ha exprimido Puebla y de lo que no me
ha querido devolver.
Dicen que este
año vendrá mejor, que es año de cambios positivos.
Por lo pronto
retornaré a mis raíces, a refugiarme en lo que supuestamente me hace feliz, a
intentarlo nuevamente, antes de abandonar este barco llamado Puebla. Leer,
escribir, fútbol, XBOX360, Nala, amigos, familia y caminar por DF; todo al mismo
nivel.
Queda creer que las cosas deben cambiar y que
después de la tormenta y el sufrimiento, viene la calma y la felicidad.
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