25 de febrero de 2013

El huracán Yoani (Diario Milenio/Opinión 25/02/13)


No diré que soy Yoani, menos aún que “todos” lo somos. Esas consignas suelen gritarse a coro, y ella prefiere hablar en voz bajita porque así sus palabras llegan más lejos. Tampoco la conozco, pero hace años que leo sus escritos como quien los encuentra embotellados en mitad del mar. Suelen ser líneas simples, cotidianas, valientes. Si en otras latitudes los blogs suelen servir para buscar lectores, hacer amigos o matar el hastío, Yoani Sánchez bloguea por necesidad, aun si el precio a pagar es vivir perseguida y estigmatizada por una dictadura seguramente menos fuerte que ella, si ya se ve de qué lado está el miedo.
¿Ventila acaso el blog y la cuenta de Twitter de Yoani secretos de Estado, información clasificada o intimidades de los mandamases? No es preciso ir tan lejos, ni mucho menos, para imantar la paranoia de esbirros y soplones, ahí donde el poder tiene ojos que atraviesan paredes y no existe el derecho a la intimidad. Bastaba con abrir una ventana y convidar al mundo a asomarse a su casa. Antes que en podios, plazas y manifiestos, la realidad detrás del discurso oficial se revela en detalles tan insignificantes como el estado actual de la alacena o el trámite de un simple documento oficial. Medio mundo, por tanto, se enteraba cada vez que a Yoani le era negado el permiso de salida.
Lo de menos —o acaso lo de más— era si a la bloguera se le había distinguido con algún premio o reconocimiento internacional. Estaba castigada, como una niña desobediente. Y se quedaba al fin sin el viaje ni el premio, pero jamás callada. Cierto que casi nadie en la isla-guardería podía, ni aún puede, acceder a su blog —excepto, claro está, los polizontes al servicio del régimen—, aunque para ese caso cada uno tenía su historia por contar. ¿Cómo evitar, al fin, que se multiplicaran blogueros y tuiteros dispuestos a abrir nuevas ventanas? Gracias a eso, pudimos asistir a más de uno de esos infames “actos de repudio”, donde el desobediente y su familia son acosados, agredidos y golpeados por una horda de siervos de la tiranía, perfectamente coordinados y disciplinados, si bien nunca bastantes para imponer silencio a los proscritos.
Hace ya una semana que Yoani Sánchez anda de viaje. Nos lo avisó con tiempo, de manera que el día de su partida no era ya solo ella la emocionada. Tuiteó sin freno desde el aeropuerto, todavía incrédula y muy probablemente con el alma en un hilo. Unas horas más tarde, ya en tierra brasileña, la sonrisa de Yoani cruzando los portones del aeropuerto de Salvador de Bahía daba la vuelta al mundo, plena de la alegría pegajosa de quien se estrena como mayor de edad y ya descubre un planeta distinto.
La travesía de Yoani por Salvador, São Paulo y Rio de Janeiro ha exhibido no sólo su candor y bravura, sino asimismo la fragilidad de ese régimen férreo que ahora menos que nunca puede hacerla callar y se vale de turbas de fanáticos locales, curiosamente coordinados y disciplinados a la manera de los actos de repudio. Pero he aquí que sus gritos, pancartas y consignas no alcanzan para arrebatarle la sonrisa. Al contrario, asegura, nada es mejor que estar en uno de esos sitios, para ella aún rarísimos, donde cada quien suelta su opinión sin pagar consecuencias. Y el punto es que las turbas carecen de opinión, especialmente cuando sirven a un amo que no las pertrechó con argumentos.
Hoy día, Yoani Sánchez no tiene que afanarse para que su mensaje llegue lejos, si para eso ya cuenta con el rebaño de malquerientes que se turna para hostigar sus actos y darles un enorme realce involuntario. Se trata a todas luces de una gira triunfal, y de ello da constancia el terror desbocado de un régimen vetusto y bravucón, dictadura dinástica cuyo líder actual no titubea en arrogarse “autoridad moral”: manía vieja, por cierto, entre los moralistas autoritarios.
Hace rato que vi las fotos recentísimas de Yoani en Instagram. Copacabana, Ipanema, Pão de Açucar, Leblon: parajes todos mágicos cuando se miran desde unos ojos en tal modo sedientos de universo. Nadie puede vencer a una mirada así, ni a una sonrisa así, ni a una voz empeñada en hacerse entender quedito y despacito. No es cierto, pues, que “todos” seamos Yoani, pero habemos legiones dentro de sus zapatos. En dos palabras simples: qué emoción.

No hay comentarios: