Curioso les parecerá a algunos lectores que una de mis recientes lecturas sea La vuelta de tuerca de Henry James, pues dicho libro es considerado como un “clásico de la literatura universal y un imprescindible” para cualquier estudiante de letras.
Sin embargo, siempre me consideré un estudiante atípico en comparación con mis compañeros de generación y me asumo un lector “raro”.
Mientras unos van por la vida leyendo “las obras clásicas”, yo opté -desde hace muchos años- por leer a los autores vivos antes que los muertos, la razón es simple y sencilla: la posibilidad de conseguir un diálogo con el escritor y así tener la oportunidad de intercambiar impresiones. Esto propicio que mientras algunos de mis compañeros seguían armando sendas reverencias al Boom latinoamericano, yo comenzaba a tener entre mis lecturas a: Cristina Rivera Garza, Bolaño, Pitol, Tabucchi, Calvino, Xavier Velasco, la generación del Crack, Cirlot; entre otros. Ahora, lejano de toda opinión académica y cercano a la pasión literaria que ciertos autores “clásicos” provocaron en escritores vivos como Sergio Pitol es que me acerco a esos “libros obligatorios e imprescindibles”.
Leer a Henry James ha sido una gran experiencia, el primer acercamiento que tuve fue con Washington Square y ahora La vuelta de tuerca se convierte en el segundo enfrentamiento literario con James. Lecturas que fueron posibles gracias a las cuidadosas y precisas traducciones realizadas por Sergio Pitol; hoy reunidas bajo la colección Sergio Pitol traductor.
La grandeza de James es amplia e indiscutible.
Sin duda, lo que más me ha maravillado de su escritura es la capacidad con que recrea los ambientes y logra crear la atmósfera necesaria para que el lector se adentre en la historia, de tal forma que lo convierte en un fidedigno observador de la historia. De igual forma, la habilidad para lograr que una historia sencilla, sin tantos vericuetos, se convierta en una narración que atrapa y entretiene.
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