La censura en México es algo que aún no se ha podido superar. La inquisición es algo que llego para quedarse, se ha ido transformando con el paso de los siglos y diversas instituciones ya gubernamentales, ya privadas han ido adoptándola según los intereses y conveniencias.
En menos de una semana, me tocó ser testigo de dos actos de censura graves y tristes. El primero se dio en una radiodifusora poblana. Aquí la escena: los conductores invitan a escritores poblanos para hablar de libros, en medio de una charla el cuentista Eduardo Sabugal pronuncia la palabra: puta. Los conductores se ponen rojos, fuera del aire hacen la petición de no volver a decir “malas palabras”, sin embargo dichos conductores cometen la estupidez de volver a sugerir el no usar “malas palabras” -al aire-, por respeto al público. Acto seguido se abre un debate sobre el uso de “malas palabras”, Sabugal citó diversos escritores que han ocupado ese tipo de palabras y como respuesta, ante candente debate, obtenemos la orden indirecta de que eviten que Sabugal vuelva a tomar la palabra. Se nos dijo al aire que eso no es censura –palabras más, palabras menos-, que sólo se trataba de respeto al público; que los escritores deben aprender a moderar su uso del lenguaje. ¡Vaya aberración, un escritor debe cuidar, moderar su lenguaje! ¿Acaso no el escritor se encarga de cuidarlo, transformarlo, violentarlo, transparentarlo, porque estas y otras más son virtudes que el propio lenguaje da y otorga?
¡Imagínese, querido lector, que esos conductores y empresarios de radio, llegarán a una editorial! Seguramente reeditarían El llano en llamas de Rulfo porque ocupa la palabra: puta; o le cambiarían el título al libro de García Márquez: Memorias de mis putas tristes; tal vez reeditarían cualquier libro literario que use palabras como: pendejo, vagina, pene, coger, verga, mierda; etc. Lo preocupante es que por respeto al público se pida no usar “malas palabras”, pero esa misma gente que brincó por la palabra puta, seguramente se han de reír cuando en el fútbol le dicen al portero del equipo contrario: puto, cuando despeja el balón. Habían argumentado que era un horario familiar ¿y el fútbol no es un evento familiar en México, al menos? Esas mismas personas ¿brincaran de susto cuando ven los videos de reggaetón que escuchan sus hijitos y lo que implica bailarlo? Sin duda, la censura es un acto de doble moral e ignorancia. Bien lo dijo Monsiváis –referenciado por Sabugal en ése programa- no hay malas palabras, ni palabrotas; hay palabras, lenguaje. También, digo, hay denotación y connotación, significado, sentido y significante. Si existen “malas palabras” es cuando se emplean fuera del contexto (ojo, no tiene que ver con horarios o tipos de programas), o sea, cuando su significado (denotación) se desvirtúa y damos paso al otro significado impuesto por nuestro pensamiento (connotación); las dobles intenciones, el albur; empero, esto no quiere decir que el albur sea malo, para usarlo hay que tener un pleno dominio del lenguaje y cada uno de los significados que pueda poseer una palabra. En fin.
El otro acto de censura –quizá, sólo macabras e infortunadas coincidencias- se dio el pasado sábado, cuando Andrés Manuel López Obrador se dirigía a sus fieles seguidores en el zócalo angelopolitano. Durante todo el acto se encontraban rondando un número considerado de boyscouts, que justamente cuando alguien hablaba a público ahí presente, se les ocurría hacer sus típicos gritos de manada. Curiosamente, en sábado y alrededor de la 1 de la tarde, a la Catedral se le ocurrió llamar a misa, usando casi todas sus campanas; todo esto justo cuando AMLO estaba empezando prácticamente su discurso. ¿Acaso, tanto boyscouts como iglesia poblana, habrán confabulado para opacar el discurso de AMLO? No creo, se supone ambas son instituciones apolíticas. Aunque quién sabe.
Dato curioso, todos los restaurantes ubicados en los tres portales estaban a reventar, al parecer no sólo los simpatizantes con el PT o Convergencia o afiliados a MORENA les interesa lo que diga AMLO; al parecer también a más de un poblano “acomodado” le importa lo que comente dicho personaje ya por morbo, ya por coincidencia ideológica. El pueblo lo escuchó y los curiosos se detuvieron a ver que decía, otros –mujeres en su mayoría- lo observaban con la admiración que se le puede tener a un rockstar y algunos más, atendían cada una de sus propuestas con devoción religiosa.
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