Monsiváis en “El Estado Laico y sus malquerientes” (Debate, 2008), nos dice: “En el siglo XIX mexicano son notorios cinco elementos en primera integración del espíritu laico: la lectura de los enciclopedistas, la influencia de la Revolución y de los liberales francesas, la necesidad de la educación libre, la francmasonería y o masonería y el anticlericalismo. También se puede argumentar –y sólidamente- el estímulo que aporta el desvarío conceptual de los conservadores (ultramontanos, porque recibían sus instrucciones de más allá de los montes, en Roma), y su defensa feroz de la riqueza del clero y de las Clases Altas”. Más adelante Monsiváis señala que “Voltaire y Rousseau son imprescindibles [para la formación del pensamiento liberal], Voltaire es primordial en el proceso de la defensa de los derechos humanos y la libertad de expresión y de creencia”. El liberalismo francés, por ende el mexicano, siempre han afirmado la independencia del Estado de cualquier Iglesia y de la igualdad civil de todos los ciudadanos al margen de sus creencias. Por último dos herencias más que, según comenta Monsiváis, los liberales mexicanos adoptan. Del escritor Benjamín Constant: “El hombre es religioso porque es hombre (…). El sentimiento religioso es la respuesta a ese grito del alma que nadie acalla, a ese anhelo de lo desconocido, de lo infinito, que nadie logra refrenar enteramente” y del moralista suizo Vinet: “La libertad de conciencia no es solamente la facultad de decidir entre una religión y otra, es también esencialmente el derecho de no potar por ninguna, y de permanecer ajeno a todas las formas y todas las instituciones que el sentimiento religioso haya podido crear en la sociedad.”
Es curioso como el laicismo se ha visto por liberales y conservadores, como una eterna lucha de sangre, cuyo fin es que una forma de pensar permee sobre la otra, con el riesgo de desconocer las aportaciones que una haya hecho a la otra. El laicismo -ciertamente es un herencia liberal y pareciera tiene su fundamento en la masonería-, no busca acabar con las iglesias (especialmente la católica), más bien tenía o tiene como fin encaminar a los gobiernos por una correcta dirección donde se gobernara al hombre por encima de las causas religiosas y los pusiera en igualdad de circunstancias. Por eso es preocupante que el actual gobierno mexicano no legisle sin una lupa religiosa, provocando la marginación de algunos mexicanos a los derechos que por nacimiento merecen sin importar la ideología, creencia y sexualidad. La Iglesia católica, los conservadores, los caballeros de Colón, el yunque, deben entender que la religión no debe de intervenir en los asuntos que competen única y exclusivamente al Estado, y los liberales, la masonería tienen que entender que la religión no es una enfermedad, y en dado caso de que ésta sea cuna de una posible ignorancia, siempre estará la educación y la cultura para evitar que eso pase.
Suficientes muertos hubo para conformar o -como bien dice mi amigo Pedro Ángel Palou- para inventar a México como una “Nación”. Ahora a todos, sin importar la cuna de pensamiento, nos toca evitar los extremos y buscar que las ideologías aprendan a navegar en paz, entendiendo que cada una define a la sociedad mexicana y le aporta identidad a la misma.