28 de junio de 2010

"Monsi, el imprescindible"-(Columna "El Guardián del diván"-Diario “El Columnista”-23/06/10)

Cuando empecé a colaborar en las páginas de El Columnista con mi columna semanal: “El guardián del diván”, uno de mis primeros tenía como fin conmemorar los 70 años de vida del ubicuo Monsi. Quién diría que, hoy, me encontraría escribiendo un texto para invitar a ustedes, los lectores, a que no lo olviden, pues desde el sábado pasado se ha convertido en el colaborador y cronista de un más allá.
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Monsi en vida fue cronista, narrador, ensayista y periodista, ah claro, ¡coleccionista por más de 30 años! de diversos objetos como alcancías, calendarios, luchadores, comics, maquetas, álbumes y de obras de diversos autores reconocidos: Claudio Linati, José Guadalupe Posada, Andrés Audiffred, Constantino Escalante, Ernesto García Cabral, Leopoldo Méndez, Abel Quezada, Ríus, Teodoro Torres, Roberto Ruíz, Teresa Nava, Francisco Toledo y Nacho López, vaya hasta gatos llego a coleccionar nuestro prolífico e indispensable autor. Liberal en su ideología.
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Pero ¿realmente hemos perdido a Monsiváis? A Monsi, como le dicen sus lectores y amigos con cariño, sólo dejaremos de verlo constantemente. Sus opiniones ya escritas, ya televisivas, ya radiofónicas son las que no volveremos a ver. Pero a Monsi no lo hemos perdido, al contrario, a partir de su muerte hemos obtenido la vitalidad eterna de su palabra. Fuentes lo dijo de mejor manera: "No hemos perdido a Carlos Monsiváis; un escritor no se muere porque deja una obra. No se pierde a Monsiváis: se ha ganado a Monsiváis para siempre". Probablemente extrañaremos su apunte crítico en el momento preciso, otros sentirán un gran vacío al ya no volver a verlo caminar por las calles del DF en busca de alguna cosa coleccionable y desde luego, como señaló Elenita unos más, sus allegados, extrañarán sus llamadas. Empero, nos queda mucho más de lo que creemos.
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¿Qué nos queda? Desde luego su imprescindible obra, la cual debemos releerla y leerla para aquellos que no han tenido la oportunidad de acercarse a sus diversos ensayos y crónicas. Quizá nuestra responsabilidad más importante, para los que ya leímos parte de su obra, es la de convidar y apasionar a las nuevas generaciones para que se acerquen a todo lo escrito por Monsi. Obra que se caracterizó por ser variopinta pues fue capaz de hablar de varios temas como la “Familia Burrón, María Félix, José Revueltas, Salvador Novo, Raúl Velasco, y hasta de Hugo Sánchez. Monsiváis Aceves, inconmensurablemente rebelde sin tapujos; tremendamente irónico y contestatario, se atrevió a polemizar con la “gran caca literaria” que es Octavio Paz. Pues a diferencia del autor del “Laberinto de la soledad”, el Pikachu mexicano (denominado así por Ana del Sarto en la “Revuelta” número 5”) fue sencillo, simpático, nada odioso, hubiera sido imposible no simpatizar con él, aunque sea una vez. Definidor de lo mexicano. Todólogo. Hagiógrafo. Ironista. Utopista. Populachero. Autor hecho en México de y para el pueblo. Autor que en vida estuvo fue un constante luchador social, casado con la izquierda pensante, y no con la vociferante. Etapa que algunos pudimos conocer ya sea a través de la breve crónica que Pitol, su eterno amigo, nos ofrece en “El arte de la fuga” de un joven Carlos repartiendo volantes en solidaridad con Guatemala o que, como yo, algunos pudimos verlo apoyar a AMLO en el zócalo capitalino pidiendo el “Voto x Voto, Casilla x Casilla “, causa de la cual supo mantener su distancia y ejercer la crítica debida cuando los caminos se desvirtuaron al tomar las calles del DF.
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Sin duda, hacer que otros se acerquen a Monsi, no será una tarea tan complicada, pues Monsi quiso educar a su pueblo. Un México que si no fuera por la voz de Monsi no habría enterado de la condición de las diversas minorías sociales que lo conforman, las cuales defendió con ahínco. Un México que si no fuera por la pluma de Monsi, seguiría sin saber el por qué y el cómo se ha ido configurando el nuevo México.

9 de junio de 2010

"Vagancia + poesía = belleza al andar"-(Columna "El Guardián del diván"-Diario “El Columnista”-09/06/10)

"Dejarse ir./ No confiar en nada sino/ en la sensación del movimiento”.

Así se abre el poemario más reciente de Luigi Amara: “A pie”, publicado por la editorial Almadía (2010), dentro de su colección dedicada al género de la poesía: Pleamar.

“A pie” es un poema, atrevido, de largo aliento que invita al lector a caminar por la ciudad, sin objetivo específico. Se trata de caminar y que la simple acción sea propicia de otras más como observar su ritmo, su arquitectura, sus vendedores ambulantes, su descuido, sus obras de arte involuntarias y voluntarias, sus diversas formas de protestar, de alzar la voz para decir: ¡aquí estoy!

Juan Eduardo Cirlot -en sus “Apuntes sobre poesía”-, dice que ésta “es testimonio, es alivio, es creación de belleza” y el poemario de Amara es prueba inexorable de la afirmación cirlotiana: “Hay un placer eminentemente solitario/ en dejarse ir/ doblar la esquina/ en vez de seguir de frente/ retorcer el camino/ hasta hacerlo serpenteante”. Y es el mismo Cirlot quien señala, en dicho texto, que materia [prima] de la poesía son: “sentimientos determinados, emociones vagas; hipótesis planteadas a veces como imágenes, interrogaciones; ideas parafilosóficas, paralógicas; imágenes que definen, imágenes que intensifican, imágenes que modifican”. Y sin duda, Amara, entiende de igual manera a la poesía, pues “A pie” es una invitación a tomar las calles, recuperarlas, exigir el lugar que los automóviles le han arrebatado a todo transeúnte que se atreva a caminar por las calles, haciendo que tales se vuelvan un riesgo constante, ya que se está a la merced de los carros: “El rechinido ominoso/ de las llantas./ El golpe contundente y seco./ Ese instante posterior/ en que las cosas/ contienen el aliento.// Ya la parvada de ojos/ se cierne sobre el infortunio./ Aves de carroña/ del dolor ajeno/ atraídas por el grito irresistible/ de la sangre.// (La orfandad del zapato/ a pocos metros del cuerpo).// Los mirones en círculo.// Cubrirse el rostro un instante/ para después abrir los ojos./ Cuchicheos”.

“A pie” es la afirmación de que la poesía se reinventa y no morirá. Es el claro ejemplo de que la imagen (gráfico) no está peleada con la palabra y pueden convivir amenamente.

Amara usa la belleza para protestar contra aquellos que suelen decir: “En este país se está obligado a tener obligaciones; no se puede ir a cualquier lugar sino a un determinado lugar”.

“No llegar./ Tan sólo detenerse”.

3 de junio de 2010

"El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas-(Columna "El Guardián del diván"-Diario “El Columnista” de Puebla- 02/06/10)

Murakami, según un texto escrito por Javier Munguía en su blog: “es uno de los novelistas más osados y originales de los últimos tiempos” (http://javiermunguia.blogspot.com). De Kafka -citando a Munguía, que a su vez cita a Eco-, puede asegurarse que su obra es “abierta por excelencia: ninguna de las muchas interpretaciones que de ella se han hecho han agotado sus posibilidades; más bien permanece inagotable y abierta en cuanto `ambigua´, ya que se ha sustituido en ella un mundo ordenado de acuerdo a leyes universalmente reconocidas por un mundo fundado en la ambigüedad, tanto en el sentido negativo de falta de centros de orientación como en el sentido positivo de una continua revisión de los valores y las certezas”. Palabras que aplican para describir de la misma forma la obra de Murakami, según Munguía, pues no sólo es el alumno más aventajado de Kafka sino su admirador más confeso de dicho autor.

Aunque “El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas” es una obra que originalmente fue publicada en 1985, llega al habla hispana gracias a la traducción que Lourdes Porta Fuentes hace de la novela para la casa editorial que alberga a Murakami: Tusquets.

“El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas” es una novela que se desarrolla en dos planos o mundos alternos. Un despiadado país de las maravillas y El fin del mundo.

En el primero, el lector se topará con que el narrador-protagonista es un informático contratado de manera misteriosa por un científico deschavetado, para dedicarse a trabajar en un programa que determinará el futuro del mundo. Historia desarrollada en Tokio, veremos al protagonista sobrellevar su vida en un ir y venir de hechos siniestros, turbios y chuscos. El trabajo que desempeña el narrador-protagonista es tan importante que el Sistema, los Semióticos y los Tinieblos, serán los enemigos contra los que deberá enfrentarse y evitar que por nada en el mundo se enteren del trabajo que desarrolla al lado del científico loco.

En el segundo espacio narrativo, el lector conocerá un mundo extraño, al cual se ingresa desprendiéndose de la sombra, esa misma que nos persigue en el andar; conforme pasan los días se va percatando que los recuerdos, también se van consumiendo. Al empezar a relacionarse con unos cuantos habitantes se percata de que todos han perdido el corazón, todo lo que solían ser para convertirse en unos seres autómatas que trabajan, comen, caminan, duermen y se relacionan por el simple hecho de hacerlo, sin sentimiento de por medio, pues eso es un defecto. Sólo aquellos seres que no pudieron desprenderse de su sombra de forma adecuada, transitan por un bosque inmenso, solitarios, vagabundos y abandonados a su suerte. Este mundo se resume a un lugar amurallado, sin aparente salida, siempre vigilado por un celador enorme y unas bestias raras: unicornios que sucumbirán invariablemente cada invierno.

Una novela compleja, nada sencilla; pero a quien se acerque lo dejará con un buen sabor de boca. Novela de largo aliento y de final sorprendente.