21 de enero de 2013

Se fue el 2012 y luego qué-(Sexenio-Puebla 08/01/13)


El año que se acaba de ir, tuvo muchas cosas dignas de mandar a vagar por un desierto para jamás volverlas a encontrar o de quemarlas y evitar que sus cenizas renazcan como una ave Fénix de las desgracias.

La última columna que escribí el año pasado data del 15 de noviembre. Un día, de repente se me fueron las ganas de escribir de la misma forma en que se van las ganas de todo.

A principios de septiembre descubrí lo endeble que soy. Nunca es grato percatarse de la fragilidad individual. Fui diagnosticado con un cuadro leve de estrés provocando una fuerte migraña y un terrible vértigo. Luego en terapias con mi psicóloga, también salió que tengo cuadros leves de depresión.

Por chistoso que suene, me deprimió más saber que tengo un poco de depresión.

Para colmo mis alegrías y pasiones personales, tampoco daban para más: un Puebla con la franja en rojo y al revés, además de una forma de juego digna de cortarse las venas; percatarme que perseguir los sueños no conlleva un resultado positivo y perder toda esperanza en cuanto al futuro político que nos espera como mexicanos. Darse cuenta que para progresar como sociedad nos falta mucho y no sé sí tengo las suficientes ganas para poner mi grano, porque a veces siento que no vale la pena, que nadie valora el sacrificio y el esfuerzo de la gente de buena fe. Que no basta con alzar la voz, que no sirve de mucho ser joven, que ser ciudadano es sinónimo a no ser nadie, ni nada. Que funciona más ser prepotente, corrupto. Desde que hacía eventos para mi facultad sin ganar un peso y con la pura satisfacción de conocer a un escritor (muchos de ellos, ahora mis amigos) se decía que seguro andaba en corruptelas. Ya no tengo la suficiente energía para soportar ese tipo de acusaciones mal fundadas.

El año pasado perdí mucha esperanza, hoy queda la esperanza de algún día recuperarla.

Y los últimos días del año me despidieron con la muerte de mi Tía Andrea, una tercera abuela para mí.

Sin embargo, existieron cosas muy rescatables: ser de las pocas personas que pudieron convivir con Carlos Fuentes antes de su fallecimiento, haber sido anfitrión de Cecilia Suárez, lograr conocer a Alondra de la Parra, así como las grandes charlas con escritores e historiadores que se pudieron dar, gracias a los eventos que he organizado en el Museo Casa de Alfeñique. La llegada de una nueva integrante a mi familia: Nala, una bella bóxer, gracias a ella mi casa no se ve tan vacía. El ser testigo de la existencia de personas que buscan -a través de las artes y la literatura - combatir los daños que han percudido a nuestra sociedad, como lo son las jornadas de lectura realizadas por Fernando Manzanilla.

Y sí, el fortalecimiento y retorno de viejas amistades, así como la apertura a otras más.

Tristemente, con todo y esto, a veces me dan ganas de soltar todo y largarme. Reinventarme en otro lado. Curarme de todo lo que me ha exprimido Puebla y de lo que no me ha querido devolver.

Dicen que este año vendrá mejor, que es año de cambios positivos.

Por lo pronto retornaré a mis raíces, a refugiarme en lo que supuestamente me hace feliz, a intentarlo nuevamente, antes de abandonar este barco llamado Puebla. Leer, escribir, fútbol, XBOX360, Nala, amigos, familia y caminar por DF; todo al mismo nivel.

Queda creer que las cosas deben cambiar y que después de la tormenta y el sufrimiento, viene la calma y la felicidad.

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